domingo, 31 de diciembre de 2023

Inesperado 2023

Aquí estamos, un año más. Pasando por este blog que antaño tanto utilizaba y ahora solo me asomo para hacer balance de año. Y menudo año se nos ha quedado atrás.

Empecé el año yéndome una vez más de viaje sola, justamente al día siguiente de la fiesta sorpresa que le hicimos a Nerea por su 50 cumpleaños. En esta ocasión taché de mi lista de viajes pendientes Sevilla. Me planté en la plaza de España y se me puso la piel de gallina viendo cómo bailaban sevillanas. Yo en otro momento de mi vida fui andaluza, es que sino no lo entiendo. Tuve la suerte de poder quedar con mi gaditana favorita ya que ahora vive allí con su novio, y me llevó a probar el solomillo al whiskey que me encantó. Free tours, museos, muchos pasos y comida por todas partes.

En febrero hice una visita de fin de semana a Oier, Nai y Alma. De Barcelona cogí un vuelo que me dejó en Londres. El motivo del viaje fue llevarme de cita romántica solitaria el día de los enamorados a ver un musical trágico. Ha sido, sin lugar a dudas, la mejor cita que he tenido conmigo misma: el musical de "Moulin Rouge". Sólo con entrar ya se me pusieron los ojos llorosos. Cuando llegamos al intermedio yo estaba emocionadísima y los sentidos estaban hiper saturados. No hace falta decir que lloré lo más grande y que salí de allí con la cara roja, pero con una sonrisa más grande que todo el Támesis. Como siempre visité los museos, porque ya que se llevan todas las obras de arte, al menos que la entrada sea gratuita. Me quedé con la pena de entrar al British, pero como dice mi madre: "Siempre hay que dejar algo por hacer la próxima vez". En ese viaje ya tenía comprado el vuelo de la gran aventura del año, y estaba histérica. A la vuelta fui con ama a un espectáculo musical de Michael Jackson del que salimos bastante sin más. Y a final de mes conseguí juntarme con mis Ciao Amore, que alumbraron el día gris que hacía.

En marzo celebramos el cumple de ama, yendo de sorpresa a tomar el brunch. Aquél día me cayó el escupitajo que en más de una ocasión he lanzado, y en mis manos apareció un nuevo teléfono con una manzanita detrás. Qué dolor de tarjetazo. La llegada de Jare al mundo. Salí por Deusto con mi familia de la uni, y me bebí todas las cervezas que pude y más. Qué bien me lo pasé.

Y llegó abril. Aún a día de hoy creo que no soy del todo consciente. Por fin pude estrenar la mochila que Olatz me regaló cuando cumplí los 25 años; y no para un viaje cualquiera, sino para EL viaje. Demasiadas horas nos separaban de nuestro destino final: Bali. ¿Me oís gritar? Por fin, a mis treinta años, salí del continente y me planté en un país asiático. La diferente cultura, las gastronomía, los masajes, la fauna, el calor, comer pizza y mexicano cuando no sabíamos qué más comer. Los arrozales, los monzones que nos pillaban desprevenidas. Coger barcos que nos llevasen a las distintas islas. El snorkel y los infartos a las tres de la mañana a cuenta del ramadán. Los atardeceres fallidos en los que se atisbaban colores bonitos. Nusa Penida, donde cogí un ciclomotor por primera vez en la vida (y nos accidentamos de diferentes formas, pero salimos vivas). El T-Rex y los fotones que tenemos allí. El final de viaje pasado por agua en el destino que teníamos pensado pasarnos tumbadas en la playa todo el día. La casualidad de ver a lo lejos a un antiguo compi del Erasmus de Malta el último día. El viaje de vuelta y llorar por no querer volver a casa. Sant Jordi un año más, mi 31 cumpleaños con todo aquél a quien quiero, incluso los que ya no están.

Mayo robándole el nuevo móvil a ama para sacarle fotos a la luna. Comprar tazas que todavía están sin estrenar. Muchas siestas con Freya al calor de las mantas,  Eurovisión e ir con la familia al Arriaga a ver el musical de "Cantando bajo la lluvia", el cual me gustó bastante. La presentación del nuevo libro de Haize y encontrarme con alguien del pasado en el lugar que me recuerda a otra persona. Y, por fin, poder ir a un concierto de Bely Basarte. ¿Lloré? La duda me ofende. La pregunta debería ser si en algún momento dejé de hacerlo. 

Y llegó junio, un mes que marcaría el resto del año y todavía no lo sabíamos. Quedé con Olatz un día para terminar de organizar el viaje de verano y vimos el atardecer más bonito, probablemente, de todo el año. Tres días después aparecería en nuestras vidas la palabra que nadie quiere escuchar, y si lo hace, es porque hace referencia a un signo del horóscopo. La incertidumbre nublaría mi mente, y me pondría nerviosa no poder hacer nada. Pero la vida continuaba, y había que disfrutar de todos los buenos momentos que tenían que llegar. Conocí a los gatos de Alex, volví con Rebeca al Berty's y me enamoré un poco más de la tarta de queso que tienen. La llegada de Anna por el 30 cumpleaños de Olatz, que venía de sorpresa pero mi amiga como siempre se imagina cosas y al final tiene razón. Las fiestas de Sope, siendo el txupinazo el mejor momento de las mismas.

Primero de julio y el Tour de Francia iniciando en Bilbao, pasando por delante del hotel. El 7 de julio ya no será solo San Fermín, y pasará a ser "la magia del 7" tras la operación que alejaría al bicho de nuestras vidas. Una semana después estaba cogiendo otro avión con Olatz para plantarnos en Barcelona con motivo del concierto de Harry Styles; pero primero tuvimos una cena con toda la gente de Oier en casa de Nai. El concierto fue una fantasía en la que casi me desmayo por una bajada de tensión, pero ya avisé de que de allí no me sacaban hasta que cantase Kiwi (que resulta que siempre es la última canción). Volver a casa y al día siguiente tener comida con las chicas de clase, ya que Yasmina había venido de visita. Y dos días después, poníamos rumbo a nuestro Airhopping: Croacia, Nápoles y Praga. Otro viaje más en el que nos pasó de todo, comimos de todo, nos pusimos más morenas que en el viaje a Bali, nos pusimos las botas con el aperitivo en Nápoles y por fin pude tachar también visitar Pompeya de mi lista de cosas por hacer. Conocer en Praga a un chico que resulta que era amigo de la pareja de una amiga, bebernos las cervezas más grandes que nuestras cabezas y huir de las avispas que querían tomarse nuestros chais.

Llegó agosto, mes favorito de fiestas. Desayunar por el 30 cumpleaños de Oier. Tardes de atardeceres donde bajaba a leer a la playa y tener un momento de desconexión y dejar de contar los días para obtener los resultados. Pijamas pasado por alcohol, como tiene que ser. El suspiro al saber que la operación había ido bien, que la persona a la que más quiero estaba en principio fuera de peligro y que ahora solo queda hacer todas las revisiones que hagan falta para controlar que todo sigue bien. Jaias de Bilbo, el día que la selección femenina de fútbol se convirtió en campeonas del mundo y quedó manchada la noticia por culpa de un idiota. Gatibu y Esne beltza amenizando las noches de Aste Nagusi, aunque la última noche que salí todo me cayó de golpe y la ansiedad hizo de las suyas.

En septiembre volvimos a tener la visita de Anna y por primera vez salí por las fiestas de Galdakao, a cuenta del concierto de Esne beltza. También probamos el Solito, o lo que viene a ser el nuevo restaurante que surgió de las cenizas de aquellos lugares donde tantas tardes y noches pasé en mi juventud más temprana; comimos ramén y probamos el sitio de las tartas de queso de Bilbao. Bajamos a ver la primera puesta de sol del otoño. Fue el mes en el que los clientes del hotel me regalaban cosas como galletas o incluso un libro. Y terminamos el mes haciendo un mano a mano en Vitoria, viendo mi primer partido de baloncesto y saliendo a darlo todo después por esas calles que en tiempos de universidad me vieron crecer.

En octubre volví a reunirme con Ciao Amore y les conté el drama del año. También probé por primera vez un nuevo local en Algorta que tienen unos nachos buenísimos y que no me importaría comer una vez al mes. Una semana después de Vitoria salimos por sitios que no conocíamos de Bilbo, desquitándonos de tanto tiempo sin salir. Silver cumplió 10 años. Conocimos a Lima y Limón, los gatos de mi tía. Plasmé las huellas de mis gatos para siempre tener ese recuerdo. Ama y yo fuimos al concierto de "Ura bere bidean" y lloré nada más empezó a cantar una de las chicas la canción de Mikel Laboa que siempre me recordará a aitite. Disfruté como una enana viendo a tantos artistas con la orquesta sinfónica de Bilbao, entre los cuales se encontraba Xabi Solano de Esne beltza y mi queridísima Rozalén. El último día del mes recibí un mensaje que prometía cervezas y un atardecer.

Primera quincena de noviembre estando de vacaciones, en las cuales aproveché para viajar a otro destino que no conocía: Bruselas. Pero el motivo principal de aquél viaje fue poder conocer la ciudad de Brujas. A nadie le sorprende que me enamorase del lugar. Fue una excursión de un día en la que por la tarde también visitamos Gante, pero nos pilló una buena tromba de agua y no la disfruté tanto. Al volver, y como no podía ser de otra manera, salimos de fiesta una vez más por Bilbo, en esta ocasión acompañadas de la gente de turismo y uni (que al final viene siendo casi la misma gente). Por el cumple de Elena nos reunimos todos y nos fuimos a hacer una actividad que estaba deseando poder realizar desde hacía diez años: paintball. Lo disfruté como una auténtica enana, y me encantaría repetir pronto. Para recuperar fuerzas, Elena nos preparó la mesa como si fuera una comida de Navidad, y eso que habíamos quedado para comer un cochinillo.

Y llegamos al último mes del año, que empezó un viernes y el sábado ya nos tenía de fiesta en el Antzoki después de muchos años sin pisar ese lugar. Al día siguiente, sin apenas haber dormido, tocaba comida por el cumple de Loida. Por segunda vez consecutiva pude ver a Bely Basarte, en esta ocasión fue en la presentación de su nuevo disco. Y una vez más cantó "San Pedro" y me tuvo llorando en silencio detrás de la pantalla del móvil mientras grababa un poco de la actuación. Compré el disco y después de firmarlo y charlar un poquito, le pedí si podía darme un abrazo. Ha quedado grabado en un reels de ese día que está en su perfil. Volví a darle al saco, pero no de la manera que lo hacía antes. Quizá este año que entra vuelvo a enfundarme los guantes aunque sea para dar golpes a ritmo de la música; siempre me hace bien. Llegaron los veintitodos de Nata y fuimos a que probase las pizzas del Coppola que tanto tenía pendientes, para acabar después con unos tragos jugando a juegos como antaño. Saqué una foto maravillosa desde mi balcón mientras leía en la que se ve un avión pasando bajo la luna creciente. Comida con el golden trio que estaba peor que nunca, pero que acabamos riéndonos de la vida y planeando salir de fiestas prácticamente nada más empiece el año. Y ayer, ante último día del año, tuve el día más ajetreado en cuanto a ver personas y me llenaron el corazoncito aunque acabase agotada: desayuno con Oier y Alma, saludar a los de la uni antes de ir a la comida con las chicas de clase y familias, y después volver a estar otra horita con los de la uni. 

Y aquí estamos, a 31 de diciembre, después de haber limpiado la casa como cada año, haber bajado a la playa para ver el último atardecer que en esta ocasión ha estado lleno de nubes, y terminar de escribir un poco el recordatorio del año. Es posible que me haya dejado cosas en el tintero, haya evitado cosas como la operación y caída meses más tarde de amona, la quemadura de mi abuelo, las veces incontables en las que me he puesto mala este año, todas las veces que en esta casa no se ha podido llorar por el bloqueo emocional que tenemos, el melanoma que apareció en la misma persona... Pero esas cosas han estado ahí, las hemos vivido y sobrevivido; también las hemos llorado a veces. He leído un total de 22 libros y me obsesioné con una película que se ha vuelto una de esas pelis confort para días un poco raros. Ha vuelto OT después de tres años, y aunque no lo estoy siguiendo tanto como las anteriores ediciones, Tiktok me tiene al tanto de los amoríos y de algunas actuaciones que han sido o serán espectaculares. No he bajado tanto a la playa como me gustaría, pero las veces que lo he hecho lo he disfrutado.

Ha sido un año lleno de primeras veces, algunas inesperadas, otras planeadas y alguna que otra que hubiera preferido no tener. Un año en el que me he priorizado, me he escuchado y me he mimado de la forma que fuera. Me he dado caprichos, me he ido de viaje cuando he podido y he querido, me he quedado en casa leyendo tardes bajo la manta porque era lo que necesitaba en ese momento: un poquito de música, una vela que huela bien y un mundo que no fuera el mío. Lo estoy intentando, estoy trabajando en quererme un poquito más y hablarme mejor.

Y llega la hora de hacer balance, de ver lo bueno por encima de todo lo negativo que hemos tenido, que no ha sido poco. Este año se ha pasado el juego de la mala racha de la salud en mi familia, y aunque jugamos a la lotería, no nos tocó nada. Esperemos que el año que viene traiga toda la salud que este año nos quitó, porque vaya tela 2023. 

Como siempre, no haré propósitos de año nuevo para luego no cumplirlos y frustrarme. Pero pido mucha salud para toda mi familia, para mis amigos; en definitiva, para la gente que quiero. Pido algún viaje que otro, aunque tengo un concierto el año que viene que me hará pisar tierras catalanas una vez más. ¿Qué nuevo destino me tocará conocer el siguiente año? Ojalá poder pisar un nuevo continente, y seguir tachando lugares que ver. Quiero seguir trabajando en mí, en seguir escuchándome y darle al cuerpo lo que necesita sin sentirme culpable. Quiero ser capaz de pedir ayuda si lo necesito, y verbalizar las cosas antes de que me consuman por dentro. Ojalá terminar de tomar la decisión y coger los guantes para ser más constante, veremos en qué formato lo hago. Quiero seguir leyendo y disfrutar de la lectura, no importa el género que sea. Quiero pasar más tiempo con mi gente, salir a bailar y disfrutar mucho de la vida, porque para eso está: para vivirla, y no sobrevivirla.

 "El día 31 cae en domingo, por lo tanto acaba el año, el mes, la semana y el día al mismo tiempo. En 2024 todo empieza de cero". Así que 2024, tú que vas a empezar un lunes el día, la semana, el mes y el nuevo año, que contigo ponemos el contador a cero... Por favor, sé bueno. Y a ti, inesperado 2023, gracias por las cosas buenas y los recuerdos que dejas; por los aprendizajes aunque hayan sido a base de golpes. Gracias, porque cuando mire para atrás, tendré tantas historias para contar que me faltarán horas ante una cerveza viendo una puesta de sol para contarlas todas.


sábado, 31 de diciembre de 2022

Vaya viaje, 2022

Como cada año aquí me encuentro, delante del ordenador para echar la vista atrás. De las pocas tradiciones que tengo para el día de Nochevieja, y de las que me pongo nerviosa si no lo cumplo a tiempo. Empecemos por el inicio, y me voy a remontar al tres de enero.

Aquel día, confinada como seguía estando, me encontraba en mi cama y vi pasar un avión. Abrí Twitter y escribí lo siguiente: "Estoy tirada en la cama viendo una serie, y veo pasar un avión. Al verlo me ha dado una sensación muy guay. Ojalá signifique que este año vienen muchos viajes". La Deborah de entonces no se imaginaba lo fuerte que debió de visualizar aquello, porque se nos vino. Creo que voy a considerar Twitter como mi medio de manifestación, porque los últimos años no falla una. A pesar de que aquello nos llevaría a un mal entendido y una situación nada cómoda que me llevo a tener ansiedad, en enero realicé el primer viaje de la mano de mi amiga Olatz. Cogimos un vuelo y nos plantamos en París para menos de 35h. Pasamos muchísimo frío, pateamos a más no poder y yo me destrocé los pies estrenando las botas. Era lo que había que hacer. También empezamos el año con su concierto anual. Por si no fuera poco, viendo el documental del 20 aniversario de la primera película de Harry Potter, y con eso lloré -y seguro que toda mi generación- por primera vez el primer día de este 2022. Llevábamos diez días del primer mes cuando la sorpresa llegó a mi trabajo en forma de nueva empresa. Mismo hotel, diferente gestión; con todo lo que eso conlleva. La ansiedad volvió a aparecer, y no me hizo ninguna gracia. 

El uno de febrero sigue siendo motivo de celebración con el cumpleaños de mi abuelo. Pocos días más tardes disfruté de uno de los atardeceres más bonitos junto con Nata e Iñigo en mi sitio favorito de la vida. El golden trio nos volvimos a reunir el día que me enfadé tantísimo con los cambios que nos estaban haciendo, y qué bien me vino. Las tardes tomando unos crujis con moscato ideando escapadas, y aquellas 24h en Vitoria que todavía recordarlo nos hacen reír a carcajada limpia. También fue el mes dónde el mundo vio nacer el nuevo poemario de Oier, y yo volví a estar orgullosa por su trabajo. Visitamos a Nata en su encierro por Covid para sacarle una sonrisilla, y hacerle algo más a mena la soledad de la casa vacía.

Marzo se vio marcada por cumplirse la primear década de la ausencia de lo más bonito que he tenido nunca. Beti gogoan zaitut, Beltz. Mi veleta Keila se fue a cuidar de nuestra Valeta en Malta. Volví al cine después de un montón de tiempo para ver Batman, solo porque salía Robert Pattinson. Disfruté de las primeras fiestas del año como hacíamos antes de la pandemia: sin restricciones horarias, sin mascarilla y, como siempre en Deusto, bajo la lluvia. Unos clientes me regalaron una caja de bombones para agradecerme mi trabajo y el haberles ayudado tanto mientras estuvieron en Bilbao. El 53 cumpleaños de ama.

El mes de abril llegó en un cerrar de ojos, y con él la Korrika. En una mañana de desayuno le hice firmar a mi amigo su propio poemario, porque si de algo tiene que vales tener al escritor de amigo es que te dedique esas buenas páginas. Otro desencuentro más y los nervios a relucir. Lo poco que me gusta que alguien se sienta mal, y el mal cuerpo que se me quedó. El viaje a Milán, porque si de algo servía tener unos días libres seguidos el uno detrás del otro, en este año los iba a rellenar con viajes a donde fuera. Volver a entrar en Ciao amore después de dos años y sacarnos la foto de rigor. Volver a comer el panzerotto de Luini, el trozo de pizza de Spontini que me decepcionó y el aperitivo en el sitio de siempre. Navigli de mis amores, te echaba de menos. Mi último Sant Jordi siendo veinteañera, comprando en esta ocasión los libros y las rosas. Todos los libros de Defreds firmados. El paseo por la playa. Mi treinta cumpleaños y el regalo sorpresa que nada tenía que ver conmigo.  El ataque de ansiedad más gordo de este año me dio el día que iba a celebrar mi cumple con mis amigos. Así es la vida, ¿verdad? Lo bueno de aquel Scape room de miedo que me hizo despejar la mente y me ayudó a reír tanto que no podía con mi vida. El impresionante regalo que me hicieron Naiara y Oier: una ilustración mía y de mis gatos junto con un poema dedicado únicamente a mí. Si no me explotó el corazón fue de milagro, y solo podía repetir "¡Qué fuerte!" cada vez que miraba aquel cuadro.

Uno de mayo siendo el cumple de mi bebota bella. Otro día más comiendo y bebiendo con Sheila y Katta para despotricar. La visita al hotel de Rebeca en la que me trajo gominolas. Ese Eurovisión que casi ganamos si no llega a ser por la guerra que acontecía. Ir a ver atardeceres y empezar a bajar a la playa a tomar el sol. Los cuatro vuelos que me llevaron a mi primera casa fuera del hogar. Esta vez me invertí los papeles con Keila y fui yo la que fue a visitarla a Malta mientras estaba de Erasmus. Volver a mi txokito a pesar de que ya no estaban mis gatos bellos, comerme el cinnamon roll, los trozos de pizza y los pastizzi. Quemarme el primer día solo al pasear, salir de fiesta pero sin entrar en Havana porque había que pagar. El baño en mi txokito momentos antes de ir al aeropuerto. Lo feliz que me hizo volver a esa isla. El mini festival del puerto con sus conciertos y algún que otro chico guapo.

Junio empezó con la graduación de ama en su universidad. El orgullo me supuraba por todos los poros de la piel, y no negaré que se me escapó alguna lagrima que otra. Por fin leerme el libro de La vecina rubia. La visita de Aitzi con la pequeña Sara que me tiene robado el corazón. El cumple de Arrate. Más playa cada vez que se podía. La noche de San Juan con la visita de los pequeños rubios, que ya no son tan pequeños y parecen más australianos que vascos. Las jaias de Sope, por fin, después de tres años sin poder salir en ellas. El cumple de los veintitodos de Olatzi y la celebración en jaias con el concierto de Esne Beltza.

Viajar en julio a Menorca con ama. Que una amiga de infancia te cuente que está embarazada y alucinar; ni que fuera la primera, pero aún así me sorprendió mucho. Mi amigo el pez y las aguas cristalinas de aquella isla. Volver con el ojo pocho. Quedar un día más con Olatz para disfrutar de los pintxos del puerto bajo el sol. Jaias de Larra y perder la voz animando a los chavales del box de mi vecino. Ponerme mala, la primera vez de unas cuantas este año. El gran día del verano: paellas y su pedo tonto que acabó con una mala pasada de mi cabeza y acabé volviendo andando a casa para parar los pensamientos intrusivos. La merienda del día después y el paseo por excelencia con Oier por Gorliz que acabó con mi chocolate favorito de sorpresa. Marcharme a final de mes a Oviedo para visitar a Rebeca y acabar conociendo Gijón y Cudillero.

En agosto acabamos yendo a jaias de Vitoria y nos reímos como idiotas. Llegaron jaias del puerto y con ellas los cambios de turno para poder disfrutar de las erromerias. La visita de Carla y su inmersión en la gran fiesta de pijamas. La quedada express anual con Lily y su marido Isma. El txupinazo de Aste Nagusi, las ocho tardes seguidas trabajando y la manga el viernes gordo de fiestas. Lo que me pude reír mandándole audios -de los que han salido frases celebres e incluso algún que otro sticker- aquella madrugada a Rebeca, la cual iba de camino al trabajo. Ponerme muy mala, pensar que era una faringitis de las fuertes y resultar que era una moderna con gripe A, a la que además se le sumó otra vez el ojo malo. La aventura que nos espera el año que viene se empezó a gestar en este mes.

Septiembre cazando atardeceres y merendando en los acantilados. El nacimiento de Summer, la hija de Itxi y David. Acompañar a Olatzi a hacerse los tatuajes y luego comer en un mexicano, porque otra cosa no, pero comer se nos da de lujo. La araña de mi coche que decidió quedarse ahí a vivir y han ido apareciendo después a lo largo de los meses parientes suyos que hacen que me infarte. Conocer por fin a Anna después de tantos años oyendo hablar de ella y de que organizásemos a muchos kilómetros de distancia el vídeo sorpresa por el cumple de Olatz cuando ambas estaban en Boston.

Si de algo tengo recuerdo de octubre es de lo mucho que me enganché a la saga ACOTAR. Hacía muchísimo tiempo que no leía tanto y tan rápido como cuando esos libros llegaron a parar a mis manos a través de una pantalla. El noveno cumpleaños de Silver, que pare el tiempo, por favor. También es el mes en el que volví al sur después de tantos años y me encontré con Elisa unas pocas horas en Málaga. La boda de Edorta y Triana en Granada, en la que se me ponía la piel de gallina al ver como tocaban el cajón flamenco y las chicas bailaban con un arte que no se podía aguantar. Los ojos llorosos y la piel de gallina, puro sentimiento a flor de piel. Los gatos de nuestra casera que eran un amor al igual que Agueda.

Noviembre con la vuelta de los atardeceres desde mi balcón. Pero, sobre todo, noviembre con mi primer viaje sola a dos destinos totalmente desconocidos para mí: Ámsterdam y Berlín. Lo bonito que es Ámsterdam, los museos que recorrí, las ganas de llorar desde que entré en la casa de Anna Frank, el cuadro del almendro de Van Gogh. Las patatas que me dieron la vida, y las galletas de chocolate que merecieron tanto espera. El free tour en el que conocí a una chilena, una argentina y un venezolano que me amenizaron mi última tarde al calor de un calefactor y con la cerveza en una mano. El viaje en bus de nueve horas en el que apenas descansé para llegar a Berlín. Dejar la mochila en el hostal y empezar a conocer la ciudad con un free tour. Conocer a un chico italiano, una chica de Suiza y dos amigas (una italiana y otra española) que era muy divertido ver cómo se comunicaban entre ellas. El free tour de la guerra fría y el muro de Berlín. El currywurst que comí en un puestito y que me llenó la vida. El sábado entero en la isla de los museos, el frío que hacía y la nieve que comenzó a caer. Yo, romantizando mi vida de soltera con un chocolate caliente mientras paseaba bajo aquellos copos de nieve y le sacaba fotos a la puerta de Brandeburgo. Terminar cenando pizza en el hostal con las dos chicas de mi habitación, organizar la mochila y prepararme para el siguiente día que se me fue en coger trenes, buses y aviones para llegar a casa. No haber cogido el último vuelo y querer marcharme de nuevo. Estas ganas de ver mundo pueden conmigo. Comer para celebrar el cumple de la tita Loi echándonos un buen largo. La tarde que pasé en Vitoria con Nagore, Aitzi, Urko y la pequeña Sara. ¿Se nos caía a todos la baba? Para que te voy a decir que no, si sí. 

Y llegamos al último mes, donde sigo celebrando la vida de mi tía la loca. Donde sigo quedando para comer y pintar tazas. Donde he hablado por teléfono con una persona de mi pasado que necesitaba desahogarse y no pensar. Donde recibo visitas sorpresa con merienda incluida en tardes soporíferas en el curro. Donde soy la respuesta a todas las preguntas sobre qué hacer en Italia. Donde hemos celebrado los 28 de Nata. Donde me encontré con la madre de aquél amigo que, desgraciadamente, este año han hecho 18 años que no está. Donde no pueden faltar los crujientes de Idiazabal acompañados de un moscato sentadas en las escaleras cogiendo sol cual lagartijas. Donde he participado en una baby shower por primera vez. Donde hemos vuelto a disfrutar de Santo Tomás, con su talo y su botella de sidra. Donde he rescatado tres libros de poemas/cuentos que llevaban esperando todo el año a ser leídos. Donde he conducido hasta Bayona para pasar el día y comernos unos embutidos, pero antes desayunamos en un sitio maravilloso. Donde haciendo limpieza encontramos las notas de cuando tenía 3 años y había una nota en la que hacían mención a Isaac y me puse a llorar; porque siempre fuiste el número uno. Donde he acabado el año trabajando de mañana y paseando por la tarde, desquitándome de la pena de no haber visto el último atardecer del año anterior. Y qué a gusto se estaba en la playa, solo con una sudadera porque hace calor.

Así que a grandes rasgos aquí está mi año. Pienso en él de manera global, y es que no puedo haber sido más feliz. A pesar de haber estado mala, de haber tenido ataques de ansiedad, de haber tenido esos malos entendidos, a pesar de todo lo malo que haya podido pasar... A pesar de todo eso, he sido tan feliz. He hecho lo que he querido siempre que podía, he reído y he llorado como nunca y como siempre. Pero lo que más me ha hecho feliz este año es lo mucho que he viajado. No me importa la manera en la que lo haya hecho, pero pensar que he cogido un total de quince aviones me pone muy contenta. He visto sitios que no conocía, he vuelto a otros en los que ya había estado pero he descubierto cosas nuevas, he entrado en museos que me han emocionado ya sea por su historia como por el hecho de que lo que me encontraba allí eran cosas que había estudiado en la carrera. Me ha hecho muy feliz volver a salir a jaias, aunque me sienta una anciana por todos los adolescentes que pululan por ahí, entre los que se encuentran mis primos. Me ha encantado volver a leer con gusto y saber que he superado mi meta de los 20 libros anuales y hacer un recuento de 27. Para muchos será poco, para otros mucho; para mí simplemente está genial. He hecho planes después de trabajar, cosa que antes me costaba mucho porque me ganaba el cansancio y la pereza. Pero si me dejo ganar, se me escapa la vida; y no estamos aquí para eso. Por suerte mi familia está bien de salud, que es algo que siempre me preocupa. En lo laboral me encuentro bien, tranquila, y se me tiene en cuenta. Estoy deseando saber qué ha pasado con lo de Florencia, porque ahí puede haber otra aventura para el siguiente año si todo va bien. Qué nervios, ¿no?

Querido 2023, como cada año no voy a hacer propósitos de año nuevo porque no los voy a cumplir. Solo hace falta ver cuántas veces he ido al gimnasio este año y obtenemos el resultado de la X. Como siempre voy a pedir salud para la gente que quiero, y me voy a incluir en esta petición porque entre una cosa y otra, la última parte de este año he pillado de todo y creo que es suficiente por un tiempo. Pido felicidad, que la encontramos en las pequeñas cosas de cada día. Quiero leer más, disfrutar sumergiéndome entre las páginas de un libro aunque sea digital. Y, cómo no podía ser de otra manera, pido más viajes. Necesito descubrir el mundo que está ahí afuera, y aunque sea poco a poco, quiero ir tachando lugares a los que ir. ¿Quizá este sea el año en que por fin saldré del continente? Ojalá. Por el momento, en verano ya tengo un plan que va a ser genial y con el que me lo voy a pasar como una enana y seguramente me dejaré la voz una vez más, lo veo venir. Me gustaría quererme un poquito más este año que viene, y con quererme me refiero a cuidarme tanto física como mentalmente. De lo último poquito a poco voy haciéndome cargo, teniendo quedadas conmigo misma y dándome el espacio y tiempo que necesito en el momento.

Querido 2023, tienes el listón muy alto. No veas qué vértigo me da cada vez que dejo un magnífico año atrás, pero haré todo lo posible para que nos llevemos bien y pueda contar mil aventuras y recuerdos más el próximo 31 de diciembre. Y a este año que se nos escapa en menos de cuatro horas, qué decirle. Gracias por todo. Gracias por tanto. Vaya viaje, 2022.



lunes, 25 de abril de 2022

Adiós a los veintitodos. Y gracias.

 No estoy mentalmente preparada para escribir este post, y ni siquiera lo estoy escribiendo desde un lugar tranquilo. Pero no puedo fallar ahora.

Ha llegado el día. El día en que quedan pocas horas para que llegue mi cumpleaños y pase a una edad en la que ya se me toma como adulta a todos los niveles. Adiós carnet joven, ese que nunca llegué a utilizar. Adiós a los patitos. Adiós a la juventud entendida.

Necesito que alguien me explique dónde se han quedado estos diez años que han pasado como un suspiro. Dónde han quedado las noches de juerga finde sí, verano también. Dónde han quedado aquellos -pocos- amores de juventud. Dónde han quedado los cotilleos de cada día. Dónde han quedado los no tan queridos exámenes de universidad. De verdad. Dónde.

Si echo la vista atrás a mi veintena se me vienen demasiadas cosas a la cabeza. En orden cronológico, me viene a la cabeza algunos de los momentos más duros de mi vida (vale, sí, tenía 19 años pero cumplía los 20 ese mismo año); jamás me perdonaré no haber estado a su lado cuando se fue. Un corazón roto. Un verano lleno de fiestas. Me vienen a la cabeza mis viajes a Italia, repitiendo Roma un año después de que me abriera la veda de los interminables vuelos que cogería a lo largo de los años. El carnet de conducir que tanta libertad me ha dado. La despedida de soltera de mi tía en el pueblo. Conocer al ídolo de mi infancia. La boda de Arrate. Volver a surfear después de tantos años. La alegría y la ilusión de una nueva historia de no-amor que no duró. Salem y el fin de semana más corto. La Oktober fest que me enseñó a beber cerveza. El viaje a Londres por primera vez. Adoptar a Silver. Mis dos patitos y lo feliz que fui con ellos. El descubrimiento de paellas. Cuando conocí Florencia y el mirador se volvió más bonito con un beso. Los amigos de Txomin Barullo y las nuevas fiestas. Cuando quitaron la tienda de mi infancia y a todos se nos rompió un poquito el corazón. Kickboxing. La que no sabía que sería la última comida de reyes todos juntos. Cumplir el sueño de infancia en Disneyland. Volver a la sidrería de mi vida después de tanto tiempo. El viaje a Irlanda con mis amigas, pero teñido por esa terrible noticia. El puto 2016. Gracias al universo por Freya, que me salvó tantas veces. Despedirme de mi hombro en el que llorar, pero estar feliz por su emprendimiento. Donar pelo por primera vez y salir encantada con mi decisión. La decisión más triste que tomé al dejar de lado el piano. Mi cuarto de siglo en un abrir y cerrar de ojos. Los años en la universidad que parecían interminables y al final pasaron en un suspiro. Terminar el TFG a la vez que empezaba el curso de turismo. Volver a Florencia con ama, ir al pueblo y seguido volar a Londres con las chicas. Decir adiós al corazón de Sopelana, nuestra tienda de confianza. Despedirnos de la tía Xalba, qué gran mujer. Despedirme de mi mejor amiga durante un año entero, y que las horas, kilómetros y océanos no hicieran mella en nosotras. El día que me dijeron que me iba. La nevada en Sope que me enamoró. Malta y descubrir que mi sitio está en el mundo. La vuelta que me destrozó todo lo que creía cierto. El verano triste que pasé. La vuelta no tan inesperada de Olatz. La experiencia de FITUR. Irme a vivir a mi segunda casa durante tres meses tachando así algo que quería hacer en mi vida. Los 50 años de ama y sus lágrimas de felicidad. Conocer Lugano, Varsovia y Viena; volver a la Florencia de mis amores. La vuelta a casa y seguir arrastrando el mal estar del verano anterior. El que considero mi primer trabajo real. Estar psicológicamente en la mierda. El último verano en el pueblo que pudimos contar con su presencia. El viaje a Portugal con ama. El día que me concedieron la beca. El viaje a Budapest con Rebeca. Santo Tomás con una más. Decir adiós al 2019 con ganas, pero coger con muchísimas más ganas el 2020. El 7 de enero mudándome a Florencia. La pandemia que nos cambiaría la vida a toda la humanidad. Cumplir los 28 confinada en casa. El primer día que pisé la playa. Conseguir volver a Florencia y quedarme hasta finales de año. El 26 de noviembre en el que la amiga que siempre quiso ser madre envió su ecografía y lloré de alegría. Mi huevito. No encontrar trabajo, pero que después me llamase a la puerta. Los veintitodos, los veintisiempre. La visita de Regina, el viaje exprés a León con Nata. Volver a Florencia mano a mano con Olatz. La esperadísima boda de Itxi y David. Ser positiva en Covid y estar encerrada todas las navidades soleadas. Llorar en nochevieja por no poder ver el último atardecer del año desde mi sitio favorito de la vida. La nueva empresa en el mismo hotel. La primera sobrina de la unipeople. Las 32h de París con Olatz en las que me destrocé los pies; el viaje Milán gordonómico. Seguir buscando vuelos a cualquier parte porque el cuerpo me pide marcharme de aquí todas las veces que pueda.

Me dejo miles de historias, miles de momentos. Lo bueno de los recuerdos es que siempre estarán ahí: en forma de personas, canciones, lugares, olores, fotos, vídeos. Están en la mente y el corazón. 

Me llegan los treinta, qué pavor. Me daban vértigo los 25, pero es que los 30... Vaya tela. ¿Qué se hace cuando cumples semejante edad pero te sientes una cría de 17 años? Espero que desear que la nueva década sea incluso mejor que la anterior. No estoy muy intensa escribiendo esto, pero mientras paseaba esta mañana por mi playa querida más de una vez he tenido que echarle freno a la lágrimas. Ay, señor. Espero que pasen los años y recuerde la veintena con cariño, porque ya lo hago con nostalgia. Espero que los treinta sean los nuevos veinte, pero mejorados. Algo bueno tendría que tener esto de crecer, ¿verdad?

Por el momento, solo queda decir una última cosa: adiós a los veintitodos. Y gracias.

viernes, 31 de diciembre de 2021

Vaya con el 2021

Yo no quería acabar el año así. Solo pedía ver el atardecer desde la playa de mi pueblo el último día del año. Pero bueno, me estoy adelantando.

El uno de enero llegó con prisas impuestas por el gobierno. El Covid no nos abandonó en época de navidades, y la noche vieja se vio llena de coches en la carretera intentando llegar a sus hogares antes de la una. Una cenicienta moderna a la que se le permitía quedarse una hora más, eso parecíamos. Otro año más que no lo empezaba en Sope, por lo que las tradiciones básicas de mis últimos años no se cumplían. ¿Puede ser que fuera como la entrada de 2020? Voy a empezar a ser un poco supersticiosa con esto. El concierto de Año Nuevo de manera indispensable. La comida en Morga con los de la universidad y ganar al Trivial con mi Sopepower. El día de Reyes lo adelantamos, y jugamos al Bingo como marca la tradición. El positivo en Covid de ama. El aniversario de mi partida a Florencia y los miles de recuerdos. Recordad a Aitite un año más. Me apunté al gimnasio con Olatz, y no se nos ocurrió otra mejor cosa que empezar con una clase de GAP a las ocho y cuarto de la mañana que luego rellenamos con un buen desayuno del puerto viejo. Día mundial de la pizza y final de la supercopa contra el Barça que ganó el Athletic de mi vida. Ir a una entrevista de trabajo con Rebeca, encontrarnos la grabación de una película de Alex de la iglesia donde vimos de lejos a Blanca Suarez y acabar en casa de Elena sin que estuviera ella echando unos Guitar hero con Alex y Aritz mientras nos tomábamos una copichuela. El desayuno de campeones después de comprar las entradas para el concierto de Gatibu en Sope. Filomena y sus metros de nieve que no se dejaron ver por aquí.

Uno de febrero siendo el 82 cumpleaños de Patri. Mis tortitas de plátano. El primer concierto post pandemia y llorar de la emoción. Subir por primera vez a la ikurriña que sobrevivió a aquel incendio de años atrás. El paseo en bicicleta hasta el Puerto. El fin de las restricciones por pueblos y el reencuentro de las tres. Los aperitivos internacionales. Mis gatos queriéndome.

El inicio de marzo marcado por títulos universitarios y plazas firmadas. El reencuentro con mi vecinita y la sobri que todavía seguía en su tripa. El Athletic que iba a jugar su segunda final de Copa del Rey y nosotros seguíamos viviendo el sueño. Las excursiones y la búsqueda del chocolate de nuestra infancia. La llamada de mi antigua jefa ofreciéndome el mismo puesto de trabajo y aceptarlo. Otra comida en Morga con los de la uni y el reencuentro con el capullo de mi amigo. El cumple de ama en el Guggenheim y comiendo en el mexicano de nuestros amores. El descubrimiento del chocolate y la compra más extrema. Mis gatos, otra vez. Más excursiones y batidos con los que saltarse la dieta. Mi playa querida.

Abril y la final de copa del 2020 jugada un año después, celebrando el llegar a la final con mi grupo burbuja con buena comida, pero no conseguir el resultado que se quería. Juego de Tronos con Loida. La visita sorpresa a Pablo con Keila. Las sobras de comida del vecino. Celebrar el cumple de Itxi al sol de la campa. La peque y su pompón. El atardecer desde Barrika. La segunda final de copa que tampoco ganamos. Corregir el libro de una amiga. Sant Jordi de mis amores. El paseo hasta el faro de Gorliz y los búnkeres. Mis veintitodos, los vientisiempre. 

El quinto cumpleaños de la bebota. La foto de mi abuelo con Silver. Volver al hotel. El cumple de amona. Eurovisión desde el curro, la victoria de Italia. Los primeros días de playa. Celebrar mi cumple un mes después. La primera firma de libros de Haize después de tantos años.

Empezar junio disfrutando de un día de playa en un día libre. La visita de mis amigos al hotel mientras estaba currando. Echar de menos jaias. Empezar el cumple de Olatz un día antes llenando la tripa de comida mexicana y mojitos. La merienda del cumple, por si nos habíamos quedado con hambre el día anterior y las velas que no se apagaban.

Julio con la victoria de Italia en la final del mundial. La tarde en la piscina con las chicas. Los días en los que Regina estuvo en casa y la transportamos a su México lindo llevándola a comer. La comida con los de la uni y su posterior "ir a tomar algo a jaias de Larra antes de que cierren los bares". El reencuentro con mis salseras de Malta. Querernos mucho en el trabajo (y qué importante esto). La primera dosis de la vacuna contra el Covid. Las patatas del Mcdo que me trajo Sheila y cómo me puse a llorar.

Agosto con la escapada exprés de 24h para ir a León como le prometimos Natalia y yo a mi prima linda. El columpio en las nubes, volver a ver a mi familia después de tanto tiempo. La borrachera tonta a base de cervezas. Volver a enamorarme de la catedral. El reencuentro de más de cinco minutos con mi madrileña favorita. La reina de Copas un día más en casa de Keila. Ir a Lekeitio de empalmada con Olatzi y no morir en el intento. La segunda temporada de Valeria. Volver a probar las "locas" después de tanto tiempo. Más playa con sus atardeceres. Más moscatos. La luna llena. Más atardeceres en los que poder perderse.

Septiembre y la noche de nachos, ginebra y cotilleos con ella como antaño. Comprar ese billete de avión. Más batidos y galletas. El volcán de La Palma que revivió. El viaje a Florencia con Olatz, que empezó reencontrándome con Nora en el aeropuerto con billete al mismo destino. Abrazar a mi antiguo casero como si fuera de la familia. Volver a abrazar a mi piccola Zuoyu. La sorpresa a la gente de la academia, en especial a mi Giada. Comer en mis sitios preferidos. El atardecer en mi lugar favorito de la ciudad. El último día de verano allí. Descubrir pocas cosas nuevas, pero emocionarme de las mismas como si fuera la primera vez. Las tradiciones que no cambian a pesar de haber pasado un año. Las fotos del fotomatón. Llorar escuchando a un artista callejero y saber que Florencia siempre será hogar. Cuánta vida me dieron esos días.

Octubre disfrutando de mi regalo de cumpleaños: el concierto de Rozalén. Los ocho -dios mío- años de Silver. Comprarle el vestido perfecto que iba a llevar a la boda de Itxi a una compañera de curro. La cena de despedida de Sheila y su posterior fiesta. La carta por el cumple de Regina. Los 30 de Iñigo.

Los arcoíris de Noviembre. El día que volví a tener una sesión con una profesional de la salud mental y salí llorando por lo mismo de siempre y algo más. La calma de la playa después. El nuevo proyecto de Oier y el arte de Naiara. La tan esperadísima boda de Itxi y David. El sorprendente desenlace de la infancia, la exaltación de la amistad después de tantísimos años. El comienzo de la semana de vacaciones para recuperarme, enfermar y descansar.

Empezar diciembre con el cumple de Tita Loi. Ser bendecida por Freya. El mensaje de Olatz en la que comenzó la locura que culminó días después al comprar esas entradas. La postal navideña por sorpresa de Cris. El cumple de Nata con toda su familia. Que no me toque la lotería que quería, pero sí la de ir a trabajar en mi día libre. El turno de noche compartido Bilbao - Oviedo. El comienzo del declive hasta llegar a hoy. Recordar a Isaac un año más. El amigo invisible a distancia. Positiva en Covid.

Acabo el año de una forma que no quería. Estaba siendo positiva -por primera vez en mi vida- y pensaba que la PCR que, casualmente, me hicieron el día 28 de diciembre saldría negativa. Inocente de mí. Después de 72h he recibido el mensaje que no quería leer. El mensaje que me prohibía bajar a disfrutar del último atardecer desde mi playa querida. El mensaje que, tras 9 días de confinamiento, alargaba un poco más el encierro. El mensaje que no permite que abrace a mis abuelos hasta dentro de mucho tiempo. El mensaje que no me ha dejado abrazar a mi vecina ni a su niña; tampoco me ha dejado abrazar a mi amiga que ha venido a traernos pan. El mensaje que ha hecho que siga siendo consecuente con lo que está pasando con el mundo, y que hay gente que parece no comprender. 

Sí, no es el final de año que quería. Pero no me puedo quejar. En algún lugar, en alguna casa, habrá una silla menos. En algún lugar, en algún hospital, hay sanitarios que siguen a pie de cañón para que la humanidad no nos vayamos a tomar por culo (aunque nos lo merezcamos). En algún lugar, habrá gente que celebre la entrada a este nuevo año en la misma situación que yo. Y es que no somos pocos los que en estas fechas tan señaladas y que yo tan poco disfruto estaremos -o seguiremos- confinados. 

Querido 2021. Lo sé. Tenías muchísima presión encima. Para algunas personas habrá ido bien, para otras mal. Yo, sinceramente, no me puedo quejar. Después de mi vuelta de Florencia, de que el tema laboral en mi sector no estuviera bien, que sorteamos el Covid como pudimos... La verdad que no ha ido mal. Conseguí trabajo y aprendí a llevarlo mejor que cuando comencé en 2019. He disfrutado de este verano atípico como he podido. He vuelto a mi segundo hogar cuando pensaba que no podría hacerlo. Tengo salud, aunque ahora mismo -o al menos tres días atrás- el bicho esté en mi sistema. Tengo una familia que me quiere y me apoya en las decisiones que tome. Unas amigas que me animan a tirarme al charco aunque pueda que no funcione. Tengo unas compañeras, las que siguen y las que ya han marchado, que son lo más y hacen que el día a día en el hotel no sea una angustia aunque sea un cuadro. Tengo dos bebés peludos que me alegran los días, aunque uno de ellos me tenga las manos llenas de mordeduras. Creo que es todo lo que puedo pedir y deseo que siga en mi vida.

Ahora bien, a ti que llegas en menos de dos horas. Esperemos que el meme de "Cuando te das cuenta que 2022 se dice -en inglés y por dobles números- TWENTY TWENTY TOO". Querido 2022, tengamos la fiesta en paz. Bastante tenemos los pobres que nacimos en 1992 con cambiar de década y pasar de los juveniles veintes a los TREINTA. Y pensar que cuando éramos infantes creíamos que la gente de 30 años tenía la vida solucionada... Inocentes, una vez más. 

Querido 2022. Nunca hago propósitos de año nuevo, pero este año tiene que ser especial. Me he comprado una agenda anual para ello; demasiadas expectativas para un cuaderno tan pequeño. Siempre pido lo mismo: salud para todos los que quiero, unos viajes a donde se pueda y felicidad. Cosas básicas. Que las cosas malas sean poquita cosa, y que las buenas valgan por tres por lo menos. Que disfrute de mis últimos meses con el primer patito intacto, y que coja los treinta como si no hubiera un mañana. Que sea capaz de tratar con mi ansiedad y abrazarla. Quiero quererme un poquito más, y así día a día. Ojalá ser capaz de devolver a los que me quieren y aprecian todo lo que me dan. Ojala sea un magnífico año. Querido 2022. Tus predecesores han dejado el listón alto y bajo a la vez. Solo tú puedes decidir si ser tan surrealista o hacernos volver a unos cuantos años atrás y recuperar esa normalidad que no sabíamos que echaríamos tanto de menos. 

Querido 2022. Mis veintidós fueron especiales para mí, y tú acabas con los mismos dígitos. Como dice Taylor Swift (que en parte este ha sido su año) en una de sus canciones: "I don't know about you, but I'm feeling twenty two". Ojalá que seas un año maravilloso que recordar con una sonrisa puesta, porque vaya con el 2021. 

lunes, 26 de abril de 2021

El día que la chica del 92 cumplió 29 años

 Hoy ha sido mi cumple.

Ha sido raro, no os voy a mentir. Venía de una semana regulera, con muchas malas noticias, con ataques de ansiedad cuando no venían a cuento. Y si a eso le sumamos que he cumplido 29 años, con lo que conlleva tener un 9 en mi edad o en el propio año que vivamos (el resumen es: no me gusta el número 9), que es mi último año de la veintena... Que he cumplido los veintitodos. Pues apaga y vámonos.

He amanecido amargada, tal y como suena, después de haber estado despertándome cada hora desde las seis de la mañana hasta las diez que me he cansado. No soy persona de mañanas, lo siento. Solo soy persona de mañanas cuando me tengo que levantar para ir de viaje. Es lunes, y ha llovido. Así que si le sumamos todo lo anteriormente mencionado, os podéis imaginar. Pero no hay nada que a esta tauro rematada no se le pasa con comida. Y ahí hemos ido.

Ama y yo hemos ido a la cafetería de siempre. Un colacao y un croissant de jamón, queso y huevo. Buenísimo. Y ahí ha sido cuando ama le ha dicho al camarero, que es más majo que las pesetas y un salao de cuidao, que era mi cumple. Y se ha enterado todo el bar, claro. Como para no hacerlo, se ha puesto a gritar "ZORIOANK DEBORAH! ¡EH, FELICITARLE QUE ES SU CUMPLE!". Y yo, con toda la vergüenza del mundo, roja a más no poder (benditas sean las mascarillas en estos casos), pasando por todo el establecimiento para ir a recoger lo que faltaba del desayuno. No sé cuánto tiempo hemos estado allí, pero si no ha repetido 5 o 6 veces que era mi cumpleaños, y les decía a los allí presentes que me felicitasen. 

Cuando hemos llegado a casa ha sido el momento de ponerme a leer los mensajes que me han ido mandando a lo largo del día tanto familiares como amigos. Me han hecho llorar algunos de los mensajes. La misma persona de siempre no podía faltar con su precioso mensaje, con el que solo leer la primera frase ya ha hecho que se me saltasen las lágrimas. Llamada de mi tía Loida, de mi abuelo, de mis primos y de otra tía mía.

Comida china para comer en casa con Loida y ama, y tarde de Juego de tronos. Más mensajes de gente que me quiere o aprecia. Visita y entrega del regalo de mi familia de la universidad a media tarde. Visita de mi amiga Natalia e Iñigo, y Olatz por vídeollamada. Yo, que no esperaba ver a nadie hoy y estaba triste por ello, me han sorprendido. Y me ha hecho muy feliz. 

Qué bonito es sentirse querida. Qué bonito tener gente que te sorprende. Qué bonito que te quieran, y que lo hagan bien.

A lo largo del día me he dado cuenta que, de alguna manera, hoy es un día capicúa. Porque hoy es el día que la chica del 92 cumplió 29 años. Y me encanta.

jueves, 31 de diciembre de 2020

Menudo revés nos has pegado, 2020

Este blog solo se abre el 31 de diciembre para hacer balance del año que hemos pasado. Y menudo año.

El 2020 llegó en una casa que no era la mía, saliendo de fiesta con mis tíos y sus amigos por Algorta. Para empezar bien el año me di de bruces con el pasado (nótese la ironía). Falté a mi tradición de gritar por la cocina "FELIZ AÑO, SOPE", tampoco me junté con Oier como cada fin/entrada de año para despedirnos antes de su partida a Barcelona. Y creo que eso tenía que haber sido una señal para todo lo que se nos iba a venir encima.

Enero empezó conociendo a los padres de mi prima Regina una tarde que quedamos en casa de mis abuelos y vinieron otras primas. Llorar al despedirme de mi sitio favorito en el mundo. Australia se quemó, y dolía. El 7 de enero me fui con las maletas llenas y el corazón echo un lío a la que sería la aventura de mi vida: vivir en Florencia. El primer helado nada más llegar sentadas al lado de Santa Maria del Fiore, y yo que lo miraba y no me lo terminaba de creer. Eso, o que me sentía tan en casa que me parecía de lo más normal estar allí. Fuimos a ver la que sería mi casa por 7 meses por lo menos, le mandé a Rebeca un vídeo para que me diera el OK, y sin darme cuenta al día siguiente estaba firmando mi primer contrato de alquiler. Nunca me había sentido tan mayor, y eso que ya tengo una edad. La compra en el Esselunga que me transportó a mis días en Milán, y como buena señora de su casa, me hice la tarjeta de socio. Llevé a ama a Milán, visité a mis jefes de la agencia de viajes y seguí poniéndome igual de nerviosa cuando tenía que hablar en italiano. Comí panzerotto, y luego fuimos a hacer aperitivo a nuestro sitio de siempre. No comí Spontini, pero entré en Ciao Amore y me puse a llorar como una desalmada. Fuimos a Venecia con Nora. Ama se marchó, y el mismo día llegó Rebeca para firmar los papeles de la casa. Salíamos a comer helado, de aperitivo con Nora y Koldo, y todo esto en 5 días que pasó por allí. El 20 empecé el curso intensivo de italiano y conocí a dos grandísimas profesoras: Chiara y Giada. Dos semanas que se me hicieron cortísimas y en las que aprendí un poquito de gramática, que falta me hacía. Descubrí que mi vecino de arriba tocaba el piano y se convirtió en mi persona favorita. 

Febrero empezó con una casualidad: Ainara fue de vacaciones exprés con su hermana y una amiga a Florencia. Nos juntamos, nos reímos, comimos y salimos de fiesta. Desde Malta, pasando por Milán hasta llegar a Florencia. El 3 del mismo mes empecé a trabajar en Eurotraining con una jefa marvillosa: Federica. Pero esa misma semana me puse mala y falté dos días al trabajo. Vi el festival de San Remo y me sentí una italiana más. El Athletic ganó el partido que haría que jugasen la final de la Copa del Rey en Sevilla. El 8 de febrero llegó Rebeca para quedarse. Hicimos una visita al Museo di Casa Martelli. El 15 de febrero conseguí cumplir otro sueño: disfrutar de los carnavales de Venecia. Cámara en mano recorrimos las calles de la ciudad de los canales, boquiabiertas por los trajes y por el vuelo del ángel del domingo. Compramos chuches en la tienda más cara, y disfrutamos de una bebida gratuita en el hostal que nos quedamos mientras escuchábamos tocar en directo a un grupo genial. Nagore fue al concierto de los Jonas Brothers y me petó el móvil con vídeos, y yo moría de envidia y lloraba, todo a la vez. Pero a partir de aquí empezó a torcerse todo.

El Coronavirus acechaba desde hacía tiempo, pero no pensábamos que llegaría hasta aquí. Lo que parecía un virus incontrolable en Wuhan, se convirtió en una pandemia mundial. Los primeros casos de Covid empezaron a darse al norte de Italia, haciendo así que la gente tuviera que volverse a sus respectivos países. En Florencia todo era normal, hacíamos vida normal. Seguíamos yendo a pasear, a cenar pizza, a hacer aperitivos. Disfrutamos del carnaval de la ciudad, viví por primera vez el Calcio storico fiorentino, visité el Palazzo Medici Riccardi y el Palazzo Vecchio. Pero la última semana de febrero me llegó el email que jamás hubiera querido recibir: desde el Gobierno Vasco se nos obligaba a volver a Euskadi a todos aquellos que estuviéramos realizando la Global Training por motivos de seguridad. Federica fue muy amable y me dijo que no me preocupara por nada; yo le dije que trabajaría desde casa, ya que era un trabajo de oficina. Hablé con ama por teléfono, me cagué en todo lo cagable, compré dos billetes de vuelta a casa y tuve que decir a toda la gente que iba a venir de visita que no lo hicieran porque yo no estaría allí.

El 3 de marzo cogí un vuelo que me traería a casa, obligada y con toda la pena del mundo. Llegaba a Sopelana con una maleta de mano y la mochila, sin saber que lo que pensaba que sería un mes como mucho, se convertiría en una espera de cuatro meses. Me despedí de mi coche realizando el último viaje a la playa. El recibimiento de mi gata. El libro que se ha autopublicado mi amiga. Hice una locura y me compré billetes de vuelo desde Italia a Sevilla para ver la final de Copa. Me autoimpuse en cuarentena por si acaso, porque aunque no tenía síntomas del virus, podría ser asintomática. Eso no quitó para que el día que llegué fuera a saludar a mis abuelos con toda la precaución del mundo o que viera a unos pocos amigos. Pero el mundo se paró. A mediados de mes se decretó el estado de alarma en España, aunque tarde. Viendo como estaba el país vecino, se tenía que haber actuado antes. Pero no hay mal que por bien no venga. A lo que en principio iban a ser 15 días, se le sumaron otros 15, y así sucesivamente. No podíamos salir de casa más que para ir a trabajar o hacer la compra, pero siempre con mascarilla, guantes y el gel hidroalcohólico cerca. Empezamos a hacer más vídeollamadas que nunca, a organizar fiestas, partidas de Bingo, tardes de cerveceo, a presenciar conciertos a través de una pantalla mientras el artista tocaba desde su casa. Aprendimos a hacer vida en casa. Nos obligaron a parar nuestras vidas ajetreadas. Y el mundo respiró. El planeta no ha estado tan limpio en mucho tiempo. Los animales salieron a sus anchas, sin peligro. Las aguas clarearon tal y como lo hizo el cielo. El mundo se paró, pero no ha estado tan vivo. A las 20h se salía a las ventanas a aplaudir a los sanitarios, empezaron a poner "Resistiré" y se quedó como himno (aunque al final acabamos todos hasta el mismísimo). Recuerdo que la primera tarde, que mi madre estaba trabajando, me puse a llorar de la emoción. Fue impresionante. El 18 de marzo ama cumplió 51 años, y mientras ella trabajaba en el hospital, yo movilicé a los vecinos. Le dimos una sorpresa por su cumple, a las 20h, cuando el mundo salía a los balcones a aplaudir a los sanitarios, nosotros le cantábamos Zorionak zuri. Me gusta pensar que también le aplaudieron a ella por su trabajo. Se puso a llorar, emocionada, y no es para menos. Volví a tocar el piano, recuperé un juego de la Play y acabé haciendo alguno de los retos de instagram. Eché mucho de menos Florencia, vi los atardeceres desde mi balcón y trabajaba bien poco porque todo estaba parado.

Llegó abril, pero la situación seguía siendo mala. Mucha gente falleció por culpa del virus, y las imágenes eran devastadoras. Ver a mi madre llegar de trabajar agotada y escuchar a sus compañeras por el whatsapp llorar de la impotencia era terrible. Ama calló enferma, tenía todos los síntomas del Covid, y estuvo encerrada en su habitación más de un mes. Aún así, cada vez que le hacían una PCR daba negativo. Un caso lo de mi madre. Hice mi primer pan y mis primeras croquetas que, no es porque las hiciera yo, pero me quedaron expectaculares. Nació Nadia, la primera sobrina de las chicas del 92. Disney+, Netflix, y todo lo que pillamos. Salí de casa por primera vez para hacer una compra grande que nos durase todo el mes. Seguimos encerrados, y de un día para otro llegó mi cumple. Los 28 los tenía que haber recibido en Italia, pero parece ser que no debo cumplir años allí. Me hicieron vídeollamada mis abuelos y tías, mis amigas me hicieron un vídeo precioso de regalo y me hicieron verlo mientras estábamos en vídeollamada. A eso de las 18h mi madre utilizó una excusa super mala para que saliera a la ventana. Mis vecinos nos habían organizado a mí a uno de los niños del otro portal una sorpresa por nuestro cumple: una pancarta con nuestros nombres y todos ellos cantando. El aita de Aitzi sacó la caña de pescar, y me subió como si fuera un pez una caja en la que me habían metido una caja de bombones. La vecina del primero izquierda me hizo un regalo, y el niño que cumplía años el mismo día que yo, me hizo una postal. Me sentí muy querida. A la noche hice vídeollamada con los de turismo, y Loida se pasó por casa después de trabajar para felicitarme. Ese día los niños podían salir a la calle, y yo me tomé la libertad de bajar donde los garajes para celebrar mi cumple un poquito al aire libre.

En mayo dijeron que se podía salir a andar o hacer deporte sin salirse de 1km de distancia de la propia residencia. No he visto pasar tanta gente por delante de mi casa en la vida. La primera vez que salí a andar y vi el atardecer desde fuera de casa, me emocioné. La tormenta de verano en plena primavera. Escribir algunos versos. Las fases de desescalada que no entendía nadie. La serie de Valeria, más vídeollamadas, querer comer Mcdonalds por todos los medios, llorar cada vez que pensaba en que estaba pagando una casa en la que estaban mis cosas pero no estaba yo. El cumple de amona y echar de menos a mis amigas. El 17 de mayo cuando bajé a la playa después de tomarnos unos kalimotxos viendo la puesta de sol. Trabajar un poquito y hacer repostería. Los paseos al atardecer. Rezar para que abriesen las fronteras de una vez.

En junio compramos los billetes de avión para volver a Florencia, rezando para que todo fuera bien. La viciada al Cluedo de Bilbao, conocer a mi sobrino gatuno, hacer risotto parmesano en casa de Keila y beber mucho vino (como siempre). Tres meses después de su cumple, ama consiguió por fin la plaza. Llegó la época de jaias de verano, y fue muy raro saber que no se iban a hacer porque estaban prohibidas. Me avergoncé de la gente de mi pueblo, por celebrar fiestas sin pensar en las consecuencias. Los 27 watermelon sugar high de Olatz. Empezar a despedirme poco a poco otra vez.

A poco de empezar julio, y de que nos cancelasen el primer vuelo, pudimos volver a Florencia exactamente cuatro meses después de nuestra partida. El primer atardecer veraniego desde Piazzale Michelangelo, los "Pinotxitos", volver a ver el David, la búsqueda de un sitio donde tomar el sol y su encuentro, el primer día de GAP y el Burger King de después. Volver a trabajar pero primero desde casa, el vacío erróneo de pendrive que borró 5 meses de trabajo, trabajar sólo dos semanas en total porque no se iban a hacer los Erasmus y estaba todo parado. Il tramonto più bello di Toscana. Pedir cuatro pizzas para cenar y que nos regalasen otras dos.

Agosto comenzó conociendo Bolonia. Volví a clases de italiano, y con ello conocí a gente increíble. Volví a coincidir con mis antiguas profesoras. Cenamos en el americano. En un mismo fin de semana conocí Arezzo, Lucca, Siena y volví a Pisa para conocerlo un poquito mejor. Vi muchos girasoles desde el tren. Más atardeceres, comidas, helados en Santa Croce, el vecino tocando el piano y cantando, las cervezas en el irlandés, las noches de tortilla de patata en nuestra casa. Ir a Viareggio y bañarme en una playa italiana por primera vez. Qué feliz fui ese día. Coincidir con Elisa, mi profesora de inglés, y contarle las curiosidades de la ciudad a ella y su amiga; acabar bebiendo cerveza mientras intento que mi cerebro no se vuelva loco con tanto cambio de idioma. El día que estuve raruna y acabé en el río; sentarme en Santa Croce y todavía no creerme que vivía allí. Comprarme un cuaderno para volver a escribir. La pedida de mano que vi al atardecer en mi sitio favorito de la ciudad. La exposición de Van Gogh, empezar por fin a ver la serie "Medici". Subir a la cúpula de Santa Maria del Fiore seis años después. Las actividades de la academia. El día que llovió en Florencia y me enamoré más si cabe de esa ciudad; sentirme en casa estando tan lejos.

La primera noche de septiembre tuvimos cena internacional: tortilla de patatas y pain perdu. Las bevanda sorpresa, los dibujos de Zuoyu, la visita de ama por una semana, la luna llena, el aperitivo con la academia, las primeras despedidas. El disco de Bely Basarte. Conocer los jardines de Boboli y el Palazzo Pitti, volver a los Uffizi, conocer a los Rafazzi Scimmia y la visita a Pistoia. La excursión con las chicas y Chiara a diferentes sitios de la Toscana: el río más bonito del mundo donde pudimos bañarnos en el Parco Fluviale Dell'elsa, visitar la Abbazia di San Galgano, enamorarme de muchos perros bebés y del gato que llevaban de paseo, paseo por San Quirico d'Orcia y el atardecer desde Pienza. El enfado con un amigo. Odiar el congiuntivo con todas mis fuerzas. La noche que probé la bisteca alla fiorentina. Ver "LOST" el mismo día que se cumplían 16 años de su estreno. Terminar de leer "Hannah" de Christian Gálvez en Florencia y sacarle fotos en los puntos más representativos de la novela. Las cinco horas de vídeollamada con los turisteros mientras bebíamos Kalimotxo. Aprender a vivir con mascarilla cuando en verano nos habíamos librado. La tormenta y los helados gratis.

Empezar octubre con luna llena y una prueba de italiano que hice mejor de lo que esperaba. El día que la escalera olía fatal y el regalito que nos encontramos en la puerta. El desayuno en Melaleuca y el aperitivo en la Loggia Roof Bar. El primer cumple de Silver que me he perdido. Cenar en La Cova Tapas Bar para sentirme un poquito en casa mientras mis amigos de la universidad estaban de despedida de soltera. Los paseos por la tarde noche. El agobio que empezó a apoderarse de mí. El último día de italiano, llorando y con pena de no poder abrazarnos. La decisión más triste que tomé. Halloween con luna llena en tauro, celebrándolo en pijama con unos kalimotxos y viendo OT.

Noviembre despidiéndome de Rebeca y estando motorizada sin estar en casa. Visitar por fin las Capillas Medici y quedarme anonadada. Retomar "The Mandalorian" mientras cenaba pizza. Conocer a  un hombre mientras paseaba y que acabásemos dándonos un abrazo. El último helado en Santa Croce. La mala noticia de que cerraban todos los museos, mi plan de vida para mi último mes en Florencia. El cierre a las seis de todos los restaurantes. Que Trump no ganara las elecciones. La serie "La Veneno". Toscana en zona roja. La vídeollamada con Nagore para ver el concierto de los Jonas Brothers cuando hacían 11 años del concierto que vimos juntas. El Gobierno de España decretando nuevas leyes para aquellos que volásemos de vuelta a casa. El concierto por instagram de Bely Basarte que me alegro el mes de mierda que llevaba. Los ataques de ansiedad, las lágrimas casi todos los días. Las malas noticias desde Sopelana y no poder abrazar a mi amiga. El día que paseé por una Florencia desierta que casi consiguió hacerme llorar. Que me cancelasen el vuelo y tener que retrasarlo. El chico de DHL. La maldita sensación y la confirmación de después, el no poder estar. La alegría de una futura nueva vida y las lágrimas de felicidad, temblar de emoción. Despedirme de Giada con un abrazo a escondidas. El último paseo por Florencia y la última cena en casa de Zuoyu. Las doce horas de escala en Barcelona que se pasaron volando gracias a gente maravillosa. La llegada a una casa que no sentía mía. El abrazo a Nata que me hizo aterrizar y sentir que estaba en el hogar.

Uno de diciembre comiendo en casa de amona y arreglando asperezas con ama. Quedar con Nata casi todos los días la primera semana, y no poder estar más agradecida. Mi huevito. El cumple atrasado de Loida y su regalo. Intentar aprender a tocar la guitarra de forma autodidacta. El aperitivo internacional. Otra mala noticia de golpe, sin esperarlo; por una vez poder estar. El cumpleaños gitano de Nata. Santo Tomás casero y quedada con Oier para pasear y cenar en el Burger, porque las tradiciones están para cumplirlas. Una lotería que no  ha tocado. La quedada con los de la uni para tomar algo y después comer todos juntos. Acordarme un año más de Isaac. Unas navidades diferentes. El mal tiempo. Aborto legal, seguro y gratuito en Argentina. Comprar mucho alcohol para el día de reyes. Hoy.

Sinceramente, a pesar de que este año nos han robado los abrazos y los besos, el poder estar, viajar o hacer los que nos guste, no me puedo quejar de mi 2020. Ha tenido altibajos, está claro, pero soy afortunada porque lo importante lo sigo manteniendo. No falta un plato en la mesa, en principio estamos todos sanos y tengo a la gente que quiero y me quiere. No voy a mentir, no ha sido el año que me esperaba. Tenía muchas expectativas, porque sonaba tan bien 2020 que no podía fallar. Pero el mundo dijo "Basta, no puedo más", y es comprensible. Me hubiese gustado poder trabajar los seis meses en Florencia, y no hacerlo a la distancia. No he aprendido mucho porque todo se paró. Hice lo que pude, y está bien. Me hubiese gustado pasar más tiempo en Italia, aprovechar y viajar por todo el país, pero tampoco pudo ser. Nápoles, llegará nuestro momento. Echando la vista atrás, me hubiera gustado no haberme acomodado a la misma vida que tengo aquí en Euskadi, porque me quedé con muchas cosas por hacer, ver y probar. Me hubiera gustado, pero no lo hice. Espero haber aprendido la lección de que no hay que dejar nada para el día de mañana por pereza, porque en cualquier momento te obligan a encerrarte en casa, y el mundo tal y como lo conocías ya no existe una vez que sales por la puerta.

No me puedo quejar de cuando estuvimos de cuarentena, porque la vida que tenía se parecía mucho a mi día a día. Obviamente tuve momentos de bajón, sobre todo cuando me acordaba de que yo no debería estar en casa en ese tiempo. Pero me alegro de haber venido, porque una cuarentena en mi pequeño zulo de Florencia no sé cómo lo hubiera llevado. Aquí tenía mi piano, mis gatos, muchísima luz natural (dios mío, qué importante es), y la playa a un paseo que tardó en llegar. He cumplido los 28 encerrada en casa por culpa de una pandemia global, no todo el mundo puede decirlo. Tristemente estamos viviendo la historia, y dentro de unos años quién sabe si meterán las fases de desescalada en el examen de Selectividad como aparecía en muchos memes. Porque otra cosa no, pero por memes durante todo el año que no haya sido. 

El 2020 nos ha quitado muchas cosas, pero en algunos casos nos ha dado otras. A mucha gente le ha dado el don de la empatía que quizás antes no tenía. Nos ha dado tiempo para parar, porque incluso cuando toda la situación era normal no éramos capaces de parar por nuestros propios medios, y así acaba mucha gente de quemada. Algunos han empezado a valorar la salud mental, se han dado cuenta que es tan importante como la salud física. Si estamos mal y no sabemos manejarlo por nuestros propios medios, hay profesionales que nos pueden ayudar. Hay quien ha valorado mucho más a los sanitarios, pero hay quien se ha olvidado de todo eso cuando lo "peor" ha pasado. Hemos aprendido a valorar lo que tenemos, y nos hemos dado cuenta que tampoco necesitamos tanto para vivir. Solo lo indispensable: la gente que te rodea y te quiere. Eso, junto con la salud, es lo importante.

Como siempre, no haré propósitos de año nuevo. Si algo nos ha enseñado este año es que no hagamos planes, porque de un día para el otro todo cambia. Pero sí que pediré salud, para mí y para todos los que quiero y me quieren. Pido poder tomarme una cerveza en una terraza con mis amigos sin tener que separarnos en mesas distintas. Pido poder dar todos los abrazos que este año no he podido dar por el motivo que sea. Pido por poder ir por la calle sin mascarilla y sentir la brisa del mar en mi cara. Pido, ya puestos a pedir, poder viajar un poquito, lo que sea y a donde sea. Pido por encontrar mi camino, porque en lo que laboralmente se refiere no tengo ni la menor idea de hacia donde voy. Pido todo lo bueno del mundo para los que me rodean, que este año ya les han tocado demasiadas cosas malas. Pero también pido todo lo bueno para mí, que un poquito también me lo merezco.

Querido 2021. Tienes mucha presión encima por parte de todos, lo sé. Pero si nos llevamos bien, seguro que todo irá mejor. A ti, 2020, gracias por lo bueno, pero creo que todos nos alegramos un poquito de dejarte atrás. No nos olvidaremos de todo lo que ha pasado en estos 365 días, que no ha sido poco; pero es hora de cerrar tu libro y empezar el nuevo. Menudo revés nos has pegado, 2020.



martes, 31 de diciembre de 2019

La montaña rusa del 2019

Volvemos a lo de siempre un 31 de Diciembre más. ¿Cómo será esta entrada? Ni yo lo sé.

En enero tuvimos comida de reyes, esa en la que la pequeña de la casa tocó mi piano todo lo que quiso y más y a poco más y la mato de lo bien que lo hace. Ese mes dejé de trabajar antes de tiempo para poder ir a Madrid y trabajar en FITUR, una experiencia agotadora y enriquecedora a partes iguales donde conocí a gente encantadora. La promesa de un posible puesto de trabajo me ilusionó, aunque no terminó por llegar a buen puerto.

Febrero comenzó perdiendo a Onix, otra vez, para encontrarlo días después. Nuestra playa fue testigo de la muerte de una ballena y de la gente imbécil que bajaba a verla morir. Quedadas en una cafetería con la familia putativa en la que nos echaron la bronca de tanto reír. Una vez al año no hace daño, y en Vitoria nos fuimos a juntar los de la universidad. Viaje exprés a Madrid tres generaciones de la casa Rodrigo: Amona, hijas y nieta. Disfrutar todas como niñas viendo West Side Story. Quedar con Keila por la mañana y que nos den las once de la noche. La última noche en casa despidiéndome de mis amigas. Llorar al abrirle a mi tía y decirle que no me quería ir.

Sin quererlo ni beberlo, llegó el 1 de marzo y yo puse rumbo a mi país predilecto: Italia. No me gustaba Milán, no estaba nada contenta con ir allí; no me tenía que haber tocado el Erasmus a mí. Yo tenía todo planeado, hasta que el universo quiso trastocarme todos los planes. Y menos mal que lo hizo. Casi morir en el taxi y que nos uniéramos en camaradería las chicas que viviríamos juntas en el piso. Dos de marzo recordando Malta. El nacimiento de PinkBizumBurp que pasó a ser Ciao Amore. Encontrar mi rincón gatuno en Milán. El cumpleaños sorpresa de Andrea, que se sintió todo el día y se puso a llorar al vernos a todos en casa. El 8 de marzo saliendo a las calles, una vez más. La primera fiesta en Italia. La primera tortilla de patatas. Coger un vuelo a Vitoria y presentarme de sorpresa días antes del 50 cumpleaños de ama. Verla llorar de la sorpresa y alegría, todo junto. Bajar a ver mi playa y respirar el salitre. Volver a Milán con jamón bajo el brazo para Oihane. No aprender nada en el trabajo. El viaje a Florencia y la carrera hasta la estación de tren. La maldita vuelta a la rutina. Mi vecina gatuna. Ver Elite en el sofá. La lentejada en Ciao Amore.

Abril empezó casi como quien dice en Roma, esa ciudad que me tiene robado el corazón. Menudo viaje más movido y surrealista. Concierto de Ludovico Einaudi al aire libre. Sentirme Traductor Google de inglés a italiano. El panzerotto de Luini. El cumpleaños de la menor de edad y su celebración de aperitivo. "La última cena" de Leonardo da Vinci y mis lágrimas al verla. Excursión a Verona. La alegría del comienzo de la última temporada de Juego de tronos, y el llanto desgarrador al recibir la noticia de que en el Día Mundial del Arte se nos quemaba Notre Dame. La comida que me daba Luca en la agencia y los chocolates de Semana Santa. Las risas en casa. Navigli de noche. La barbacoa que lo cambió todo. La visita al museo del AC Milano, la semifinal de copa italiana contra la Lazio. Madrugar para coger un vuelo a un país desconocido: Polonia. Enamorarme de Varsovia. Empezar mi 27 cumpleaños en Polonia, y terminarlo en Austria. La avioneta que nos llevó a Viena. El Danubio Azul. Las 14h en tren Viena-Milán, y la nieve del camino. La fiesta no-sorpresa por mi cumple.

En Mayo decidí irme de excursión sola a Lugano, sumando Suiza a la lista de lugares nuevos visitados. Visitar la Pinacoteca de Brera tras una hora de cola. Ponerme mala y echar muchísimo de menos a mis gatos. Salir en pijama a por McDonald's. Tener un trocito de Malta en Milán. Recorrer Cinque Terre en un día que no era precisamente soleado. Volver a coger un autobús sola para pasar un día en Padova. Madrugar al día siguiente para juntarme a la gente del Erasmus en Venecia. Ver Eurovisión de vuelta a Milán. Soldi, soldi. El domingo de juegos de mesa improvisado. El final de Juego de Tronos. Albondigada. El último día en la agencia de viajes y yo llorando. Volver por segunda y última vez al Crazy Cat Cafe, aunque me prometí que iría una vez a la semana. Macarronada en Ciao Amore. La última fiesta. Excursión a Bérgamo. Cuando Silvia se convirtió en familia después de tres meses y la aplaudimos. Radio Italia Live 2019. Las últimas cervezas en el río con todo el grupo. La última cena en el australiano. El vídeo de Arnau de los tres meses en Milán que cuando terminó tuvimos que volver a ponerlo. Las últimas fotos de Ciao Amore en Ciao Amore. El drama de cerrar la puerta de Ciao Amore por última vez. Que los chicos vengan a despedirse de nosotras. Llorar más. Volver a Bilbao con la certeza de que amas Milán gracias a la gente que ha compartido ese tiempo allí contigo. Terminar el mes yendo a ver mi querida playa en un día de sol impresionante.

Junio haciendo Skype con la gente del Erasmus. Reencontrarme con mis amigas. Disfrutar de los atardeceres desde el balcón. La vuelta del Pizza Hut a nuestras tierras. Tomar una decisión y que el universo te diga un claro NO. Empezar a trabajar en un hotel aun sin tener idea de cómo funciona una recepción. Conocer a Brie. Ir a la playa. Salir mano a mano con Olatz por jaias de Leioa como antaño y sentirnos mayores. La cena de empresa. La primera semana entera trabajando de noche y el ataque de ansiedad. No lo sabía, pero en algún momento de este mes empezó a "germinar" algo negativo dentro de mí. Los vídeos del concierto de Rozalén al que no pude ir. Disfrutar del txupinazo de jaias de Sope, coincidiendo con el cumple de Olatz. Tener que huir despavorida de la gente que quieres por que te ibas a poner a llorar.

Julio echando mucho más de menos de lo que jamás pudiera haber imaginado la ciudad de Milán. Aprovechar los rayos de sol. Encerrarme en casa sin ser muy consciente del todo. Encerrarme en mí casi sin querer. Introducir a Loida en el mundo de Juego de tronos. Plantearme seriamente qué coño hacía en el hotel. La mejor noticia del mundo cuando andereño Aitzi te dice que es oficialmente andereño Aitzi. El Rey León. Road trip con ama por la costa cantábrica y asturiana hasta llegar al pueblo. Disfrutar, sin saberlo, de esa persona por última vez.

Agosto sin mucho movimiento. Salir a jaias del Puerto con todas las ganas. Una noche que dio para ver a mucha gente y mantener esa conversación pendiente con esa persona. El cumple de Oier, quedar para intentar arreglar su mundo y ponernos al día. Más o menos. El día del Txupinazo de Aste Nagusi que me perdí por trabajar de tarde. Que se me pusiera la piel de gallina al decirle a todos los clientes que tenían que ir a verlo. Concierto de Esne Beltza con Nata. Salir con los Turisteros unas pocas horas antes de volver a trabajar. Que me cambiaran el turno, y por consiguiente mis planes. La sorpresa a Ciao Amore en la barbacoa. La semana de vacaciones en las que poco descansé porque: 1) me fui de viaje con las PDT a Port Aventura, 2) tuve despedida sorpresa de Carlton y 3) me puse mala.

Primer septiembre de mi vida en el que no estudiaba. Algo dentro no estaba bien. Seguir tapándolo con trabajo. La tarde con C.A en el Golfo. Exprimir los días de playa. La entrevista definitiva. El viaje a Oporto con ama. La noticia que lo cambiaría todo. Avisarle a la jefa de que no renovaría contrato y que se alegrara y entristeciera a partes iguales. Que me hiciera ver que valgo para la recepción, que "tengo un don con la gente".

Octubre y ya no podía más. Intentar hablar las cosas y seguir pensando que no había sacado todo. Arreglar medianamente lo sucedido aunque seguía intranquila. Que la vida nos diera una hostia con la mano bien abierta llevándose a alguien de la familia. El peor mes del año, sin ninguna duda.

Noviembre de comentarios positivos hacia mi persona por parte de los clientes del hotel que casi conseguían hacerme llorar. Ese día completo de trabajo, comida, compra de vestido de novia de la primera amiga que se casa y me invita a su boda. Diez años soltando mierda en Twitter. Sentir que nada está bien. Llorar incluso cuando estás teniendo una conversación con tu madre en un restaurante. La certeza de que necesitas hablar, pedir ayuda. El viaje a Budapest con Rebeca, sumando así el quinto y último país desconocido del año.

Dije adiós al hotel y a las compañeras a principios de diciembre, después de tener la cena de empresa y darnos regalos de navidad. Ver al Hospital de Urduliz cantar "Lau teilatu" y ponerme a llorar mientras les grababa. Mensajes de clientes que te roban el corazón y palabras amables de la jefa que hicieron que tuviera que entrar corriendo al back office porque no paraba de llorar. La locura de los números de lotería y las risas de la lotera. El vídeo del hotel. Los 25 de Nata. La conversación más difícil con Nata y Olatz en la que acabé rompiendo a llorar. La última película de Star Wars y la llorera del final. Santo Tomás con una más. Recordar a Isaac un año más. La fiesta con la familgia da Milano. Hacer la segunda comida con los de la uni en Vitoria y despedirme de algunos de ellos. Las comilonas y quedadas para despedirme de la gente. Y esto acaba de empezar...

Hoy despido un año que, de primeras, me estaba sorprendiendo porque estaba siendo maravilloso. Estaba viajando todo lo que quería y más. Había conocido a gente maravillosa que me estaban aportando muchísimas cosas. Estaba viviendo en mi país favorito. Pero las cosas se truncaron al volver. Me preguntaban en Milán cómo se supera un Erasmus, y mi respuesta fue fácil: "No se hace". Cuando volví estaba feliz por ver a mis amigas, feliz porque al contrario dela año anterior, hacía sol. Feliz porque había tomado la decisión de no hacer nada en verano, de viajar y salir de fiesta. De estar e intentar reconectar con mi hogar. Pensaba que se me haría fácil el volver a casa gracias a todos esos factores. Pero no podía estar más equivocada.

Me di de bruces contra la pared de la realidad, de las cosas que no quería ver y las apartaba porque quería estar bien. Y la verdad es que no lo estaba. Este año he perdido la batalla contra mi mayor enemiga: mi cabeza. Me ha ganado porque poco a poco me iba creyendo las ideas que surgían y eso hacía que, inconscientemente, me alejara de la gente. De la vida. Vivía para comer, trabajar y dormir. Y eso, queridos míos, no es vida. No supe manejar la situación.  No supe volverme a poner en la ecuación. Lo que en otro momento me hubiera parecido una chorrada o no le hubiera dado la menor importancia, esta vez hacía que le diera mil vueltas a lo que fuera. El insomnio se empezó a aparecer por aquí y las ganas de comer se fueron de parranda. Me alejé de las personas que más quiero y no estuve al 100% los momentos que podía disfrutar con ellas. Simplemente, no estaba. Era una carcasa que se movía. Hace poco ama me dijo que se me estaba cambiando la cara ahora que estaba viendo a la gente. Ahí me dí cuenta de que me habían estado pesando los ojos cada vez que sonreía, pero que cada vez lo hacían menos. 

No es fácil hablarse a una misma, pararse, mirarse y decirse: "Eh, tú. Te has perdido. Encuentra el camino y vuelve.". Es difícil aceptar que tus verdades absolutas pueden caerse y que eso está bien. Significa que cambias y evolucionas. Cambiar no es malo, y eso que odio los cambios por mucho que me acostumbre rápidamente a ellos. Hace dos años concebía la vida de una forma y no quería que eso cambiara. Pero es que la que he cambiado, para bien o para mal, soy yo. ¿Que me gustaría que algunas cosas fueran como lo eran antes? Por supuesto. ¿Que todo sigue adelante? También. Tengo que aprender a vivir la vida tal y como está ahora. No puedo seguir viviendo en el pasado ni angustiarme cada vez que pienso en el futuro, y esto va a ser lo más difícil.

En cuatro horas empieza el 2020. Cambio de dígito por partida doble, cambio de década (o no). Todo cambios. Y mi vida no va a ser menos. En una semana vuelvo a partir camino a Italia para pasar allí 8 meses. Sí. Ya no son tres, que cuando te das cuenta ya ha pasado volando. Son ocho. Más de medio año, prácticamente todo 2020 lo voy a pasar en un país que no es el mío trabajando en a saber qué porque no me ha quedado del todo claro. No sé qué esperar. Solo sé que estoy aterrada, un poco menos que hace dos meses, cierto. Pero sigo teniendo miedo porque aquí todo cambia, pero allí también la vida sigue. Y me tengo que amoldar rápido, porque sino me voy a estampar otra vez. Probablemente cuando vuelva -si es que vuelvo-, pediré ayuda como me he planteado estos últimos meses. La salud mental es muy importante.

Como de costumbre, no voy a hacer propósitos de año nuevo. Voy a pedir salud para la gente que quiero, viajar y, por último pero no menos importante, paz mental. Necesito tranquilidad. Necesito entenderme y dejarme ir cuando me siento mal. Hablar sobre cómo me siento en el momento que me siento así y no callármelo. Siempre he sido de hablar hasta este año en el que, dios sabe por qué, decidí empezar a callar y guardármelo todo dentro. Y ese ha sido el peor error de todos los que he podido cometer a lo largo de la montaña rusa del 2019.