Aquí estamos, un año más. Pasando por este blog que antaño tanto utilizaba y ahora solo me asomo para hacer balance de año. Y menudo año se nos ha quedado atrás.
Empecé el año yéndome una vez más de viaje sola, justamente al día siguiente de la fiesta sorpresa que le hicimos a Nerea por su 50 cumpleaños. En esta ocasión taché de mi lista de viajes pendientes Sevilla. Me planté en la plaza de España y se me puso la piel de gallina viendo cómo bailaban sevillanas. Yo en otro momento de mi vida fui andaluza, es que sino no lo entiendo. Tuve la suerte de poder quedar con mi gaditana favorita ya que ahora vive allí con su novio, y me llevó a probar el solomillo al whiskey que me encantó. Free tours, museos, muchos pasos y comida por todas partes.
En febrero hice una visita de fin de semana a Oier, Nai y Alma. De Barcelona cogí un vuelo que me dejó en Londres. El motivo del viaje fue llevarme de cita romántica solitaria el día de los enamorados a ver un musical trágico. Ha sido, sin lugar a dudas, la mejor cita que he tenido conmigo misma: el musical de "Moulin Rouge". Sólo con entrar ya se me pusieron los ojos llorosos. Cuando llegamos al intermedio yo estaba emocionadísima y los sentidos estaban hiper saturados. No hace falta decir que lloré lo más grande y que salí de allí con la cara roja, pero con una sonrisa más grande que todo el Támesis. Como siempre visité los museos, porque ya que se llevan todas las obras de arte, al menos que la entrada sea gratuita. Me quedé con la pena de entrar al British, pero como dice mi madre: "Siempre hay que dejar algo por hacer la próxima vez". En ese viaje ya tenía comprado el vuelo de la gran aventura del año, y estaba histérica. A la vuelta fui con ama a un espectáculo musical de Michael Jackson del que salimos bastante sin más. Y a final de mes conseguí juntarme con mis Ciao Amore, que alumbraron el día gris que hacía.
En marzo celebramos el cumple de ama, yendo de sorpresa a tomar el brunch. Aquél día me cayó el escupitajo que en más de una ocasión he lanzado, y en mis manos apareció un nuevo teléfono con una manzanita detrás. Qué dolor de tarjetazo. La llegada de Jare al mundo. Salí por Deusto con mi familia de la uni, y me bebí todas las cervezas que pude y más. Qué bien me lo pasé.
Y llegó abril. Aún a día de hoy creo que no soy del todo consciente. Por fin pude estrenar la mochila que Olatz me regaló cuando cumplí los 25 años; y no para un viaje cualquiera, sino para EL viaje. Demasiadas horas nos separaban de nuestro destino final: Bali. ¿Me oís gritar? Por fin, a mis treinta años, salí del continente y me planté en un país asiático. La diferente cultura, las gastronomía, los masajes, la fauna, el calor, comer pizza y mexicano cuando no sabíamos qué más comer. Los arrozales, los monzones que nos pillaban desprevenidas. Coger barcos que nos llevasen a las distintas islas. El snorkel y los infartos a las tres de la mañana a cuenta del ramadán. Los atardeceres fallidos en los que se atisbaban colores bonitos. Nusa Penida, donde cogí un ciclomotor por primera vez en la vida (y nos accidentamos de diferentes formas, pero salimos vivas). El T-Rex y los fotones que tenemos allí. El final de viaje pasado por agua en el destino que teníamos pensado pasarnos tumbadas en la playa todo el día. La casualidad de ver a lo lejos a un antiguo compi del Erasmus de Malta el último día. El viaje de vuelta y llorar por no querer volver a casa. Sant Jordi un año más, mi 31 cumpleaños con todo aquél a quien quiero, incluso los que ya no están.
Mayo robándole el nuevo móvil a ama para sacarle fotos a la luna. Comprar tazas que todavía están sin estrenar. Muchas siestas con Freya al calor de las mantas, Eurovisión e ir con la familia al Arriaga a ver el musical de "Cantando bajo la lluvia", el cual me gustó bastante. La presentación del nuevo libro de Haize y encontrarme con alguien del pasado en el lugar que me recuerda a otra persona. Y, por fin, poder ir a un concierto de Bely Basarte. ¿Lloré? La duda me ofende. La pregunta debería ser si en algún momento dejé de hacerlo.
Y llegó junio, un mes que marcaría el resto del año y todavía no lo sabíamos. Quedé con Olatz un día para terminar de organizar el viaje de verano y vimos el atardecer más bonito, probablemente, de todo el año. Tres días después aparecería en nuestras vidas la palabra que nadie quiere escuchar, y si lo hace, es porque hace referencia a un signo del horóscopo. La incertidumbre nublaría mi mente, y me pondría nerviosa no poder hacer nada. Pero la vida continuaba, y había que disfrutar de todos los buenos momentos que tenían que llegar. Conocí a los gatos de Alex, volví con Rebeca al Berty's y me enamoré un poco más de la tarta de queso que tienen. La llegada de Anna por el 30 cumpleaños de Olatz, que venía de sorpresa pero mi amiga como siempre se imagina cosas y al final tiene razón. Las fiestas de Sope, siendo el txupinazo el mejor momento de las mismas.
Primero de julio y el Tour de Francia iniciando en Bilbao, pasando por delante del hotel. El 7 de julio ya no será solo San Fermín, y pasará a ser "la magia del 7" tras la operación que alejaría al bicho de nuestras vidas. Una semana después estaba cogiendo otro avión con Olatz para plantarnos en Barcelona con motivo del concierto de Harry Styles; pero primero tuvimos una cena con toda la gente de Oier en casa de Nai. El concierto fue una fantasía en la que casi me desmayo por una bajada de tensión, pero ya avisé de que de allí no me sacaban hasta que cantase Kiwi (que resulta que siempre es la última canción). Volver a casa y al día siguiente tener comida con las chicas de clase, ya que Yasmina había venido de visita. Y dos días después, poníamos rumbo a nuestro Airhopping: Croacia, Nápoles y Praga. Otro viaje más en el que nos pasó de todo, comimos de todo, nos pusimos más morenas que en el viaje a Bali, nos pusimos las botas con el aperitivo en Nápoles y por fin pude tachar también visitar Pompeya de mi lista de cosas por hacer. Conocer en Praga a un chico que resulta que era amigo de la pareja de una amiga, bebernos las cervezas más grandes que nuestras cabezas y huir de las avispas que querían tomarse nuestros chais.
Llegó agosto, mes favorito de fiestas. Desayunar por el 30 cumpleaños de Oier. Tardes de atardeceres donde bajaba a leer a la playa y tener un momento de desconexión y dejar de contar los días para obtener los resultados. Pijamas pasado por alcohol, como tiene que ser. El suspiro al saber que la operación había ido bien, que la persona a la que más quiero estaba en principio fuera de peligro y que ahora solo queda hacer todas las revisiones que hagan falta para controlar que todo sigue bien. Jaias de Bilbo, el día que la selección femenina de fútbol se convirtió en campeonas del mundo y quedó manchada la noticia por culpa de un idiota. Gatibu y Esne beltza amenizando las noches de Aste Nagusi, aunque la última noche que salí todo me cayó de golpe y la ansiedad hizo de las suyas.
En septiembre volvimos a tener la visita de Anna y por primera vez salí por las fiestas de Galdakao, a cuenta del concierto de Esne beltza. También probamos el Solito, o lo que viene a ser el nuevo restaurante que surgió de las cenizas de aquellos lugares donde tantas tardes y noches pasé en mi juventud más temprana; comimos ramén y probamos el sitio de las tartas de queso de Bilbao. Bajamos a ver la primera puesta de sol del otoño. Fue el mes en el que los clientes del hotel me regalaban cosas como galletas o incluso un libro. Y terminamos el mes haciendo un mano a mano en Vitoria, viendo mi primer partido de baloncesto y saliendo a darlo todo después por esas calles que en tiempos de universidad me vieron crecer.
En octubre volví a reunirme con Ciao Amore y les conté el drama del año. También probé por primera vez un nuevo local en Algorta que tienen unos nachos buenísimos y que no me importaría comer una vez al mes. Una semana después de Vitoria salimos por sitios que no conocíamos de Bilbo, desquitándonos de tanto tiempo sin salir. Silver cumplió 10 años. Conocimos a Lima y Limón, los gatos de mi tía. Plasmé las huellas de mis gatos para siempre tener ese recuerdo. Ama y yo fuimos al concierto de "Ura bere bidean" y lloré nada más empezó a cantar una de las chicas la canción de Mikel Laboa que siempre me recordará a aitite. Disfruté como una enana viendo a tantos artistas con la orquesta sinfónica de Bilbao, entre los cuales se encontraba Xabi Solano de Esne beltza y mi queridísima Rozalén. El último día del mes recibí un mensaje que prometía cervezas y un atardecer.
Primera quincena de noviembre estando de vacaciones, en las cuales aproveché para viajar a otro destino que no conocía: Bruselas. Pero el motivo principal de aquél viaje fue poder conocer la ciudad de Brujas. A nadie le sorprende que me enamorase del lugar. Fue una excursión de un día en la que por la tarde también visitamos Gante, pero nos pilló una buena tromba de agua y no la disfruté tanto. Al volver, y como no podía ser de otra manera, salimos de fiesta una vez más por Bilbo, en esta ocasión acompañadas de la gente de turismo y uni (que al final viene siendo casi la misma gente). Por el cumple de Elena nos reunimos todos y nos fuimos a hacer una actividad que estaba deseando poder realizar desde hacía diez años: paintball. Lo disfruté como una auténtica enana, y me encantaría repetir pronto. Para recuperar fuerzas, Elena nos preparó la mesa como si fuera una comida de Navidad, y eso que habíamos quedado para comer un cochinillo.
Y llegamos al último mes del año, que empezó un viernes y el sábado ya nos tenía de fiesta en el Antzoki después de muchos años sin pisar ese lugar. Al día siguiente, sin apenas haber dormido, tocaba comida por el cumple de Loida. Por segunda vez consecutiva pude ver a Bely Basarte, en esta ocasión fue en la presentación de su nuevo disco. Y una vez más cantó "San Pedro" y me tuvo llorando en silencio detrás de la pantalla del móvil mientras grababa un poco de la actuación. Compré el disco y después de firmarlo y charlar un poquito, le pedí si podía darme un abrazo. Ha quedado grabado en un reels de ese día que está en su perfil. Volví a darle al saco, pero no de la manera que lo hacía antes. Quizá este año que entra vuelvo a enfundarme los guantes aunque sea para dar golpes a ritmo de la música; siempre me hace bien. Llegaron los veintitodos de Nata y fuimos a que probase las pizzas del Coppola que tanto tenía pendientes, para acabar después con unos tragos jugando a juegos como antaño. Saqué una foto maravillosa desde mi balcón mientras leía en la que se ve un avión pasando bajo la luna creciente. Comida con el golden trio que estaba peor que nunca, pero que acabamos riéndonos de la vida y planeando salir de fiestas prácticamente nada más empiece el año. Y ayer, ante último día del año, tuve el día más ajetreado en cuanto a ver personas y me llenaron el corazoncito aunque acabase agotada: desayuno con Oier y Alma, saludar a los de la uni antes de ir a la comida con las chicas de clase y familias, y después volver a estar otra horita con los de la uni.
Y aquí estamos, a 31 de diciembre, después de haber limpiado la casa como cada año, haber bajado a la playa para ver el último atardecer que en esta ocasión ha estado lleno de nubes, y terminar de escribir un poco el recordatorio del año. Es posible que me haya dejado cosas en el tintero, haya evitado cosas como la operación y caída meses más tarde de amona, la quemadura de mi abuelo, las veces incontables en las que me he puesto mala este año, todas las veces que en esta casa no se ha podido llorar por el bloqueo emocional que tenemos, el melanoma que apareció en la misma persona... Pero esas cosas han estado ahí, las hemos vivido y sobrevivido; también las hemos llorado a veces. He leído un total de 22 libros y me obsesioné con una película que se ha vuelto una de esas pelis confort para días un poco raros. Ha vuelto OT después de tres años, y aunque no lo estoy siguiendo tanto como las anteriores ediciones, Tiktok me tiene al tanto de los amoríos y de algunas actuaciones que han sido o serán espectaculares. No he bajado tanto a la playa como me gustaría, pero las veces que lo he hecho lo he disfrutado.
Ha sido un año lleno de primeras veces, algunas inesperadas, otras planeadas y alguna que otra que hubiera preferido no tener. Un año en el que me he priorizado, me he escuchado y me he mimado de la forma que fuera. Me he dado caprichos, me he ido de viaje cuando he podido y he querido, me he quedado en casa leyendo tardes bajo la manta porque era lo que necesitaba en ese momento: un poquito de música, una vela que huela bien y un mundo que no fuera el mío. Lo estoy intentando, estoy trabajando en quererme un poquito más y hablarme mejor.
Y llega la hora de hacer balance, de ver lo bueno por encima de todo lo negativo que hemos tenido, que no ha sido poco. Este año se ha pasado el juego de la mala racha de la salud en mi familia, y aunque jugamos a la lotería, no nos tocó nada. Esperemos que el año que viene traiga toda la salud que este año nos quitó, porque vaya tela 2023.
Como siempre, no haré propósitos de año nuevo para luego no cumplirlos y frustrarme. Pero pido mucha salud para toda mi familia, para mis amigos; en definitiva, para la gente que quiero. Pido algún viaje que otro, aunque tengo un concierto el año que viene que me hará pisar tierras catalanas una vez más. ¿Qué nuevo destino me tocará conocer el siguiente año? Ojalá poder pisar un nuevo continente, y seguir tachando lugares que ver. Quiero seguir trabajando en mí, en seguir escuchándome y darle al cuerpo lo que necesita sin sentirme culpable. Quiero ser capaz de pedir ayuda si lo necesito, y verbalizar las cosas antes de que me consuman por dentro. Ojalá terminar de tomar la decisión y coger los guantes para ser más constante, veremos en qué formato lo hago. Quiero seguir leyendo y disfrutar de la lectura, no importa el género que sea. Quiero pasar más tiempo con mi gente, salir a bailar y disfrutar mucho de la vida, porque para eso está: para vivirla, y no sobrevivirla.
"El día 31 cae en domingo, por lo tanto acaba el año, el mes, la semana y el día al mismo tiempo. En 2024 todo empieza de cero". Así que 2024, tú que vas a empezar un lunes el día, la semana, el mes y el nuevo año, que contigo ponemos el contador a cero... Por favor, sé bueno. Y a ti, inesperado 2023, gracias por las cosas buenas y los recuerdos que dejas; por los aprendizajes aunque hayan sido a base de golpes. Gracias, porque cuando mire para atrás, tendré tantas historias para contar que me faltarán horas ante una cerveza viendo una puesta de sol para contarlas todas.